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Con la Revolución o con los revolucionarios

6:35, Posted by Luis Moisés Escobar Bastidas, No Comment

"Más allá de lo evidente"

Luis Moisés Escobar Bastidas
Estudiante de la Escuela de Filosofía

Los tiempos que vivimos han acostumbrado a pensar en las Revoluciones como fenómenos extravagantes que juegan con las ilusiones generales y tras ellas se ocultan intereses particulares; la idea de transformar el mundo y construir una sociedad mas allá de las instituciones establecidas es el sueño del vulgo, pero estas afecciones no son compartidas por quienes detentan el poder y conciben la sociedad como el lugar donde algunos nacieron para dirigir y otros para ser dirigidos. El tiempo ha hecho de las Revoluciones una simple etiqueta que se cuelga a todo el que profese admiración ciega a una teoría, pero las Revoluciones dan cuenta de una categoría que expresa las convicciones mas profundas del espíritu humano, la necesidad de encontrar caminos acertados por los cuales avanzar sin importar si estos derrumban teorías ampliamente aceptadas.

Desde la época en que las Revoluciones se sucedían una tras otra y se proclamaban los aires de libertad por todo el mundo, los revolucionarios se habían proclamado los propietarios únicos de estas ideas que estaban llamadas a construir el paraíso de Dios en la tierra. Los revolucionarios sacrificaron el carácter autónomo y transformador de las Revoluciones y lo substituyeron por el complemento solemne de su justificación.

Una Revolución implica barrer con el sistema establecido y substituirlo por una nueva organización política, económica y social; los revolucionarios creyeron que con hacer modificaciones jurídicas estas ocurrirían en la realidad, pero solo consiguieron mantener un sistema parecido al que tanto negaron y detestaron y en algunos casos peor al mismo. Un revolucionario real es un crítico implacable del Estado, no somete sus ideas para otorgar concesiones al sistema, no justifica las incongruencias del gobierno y exige que se le otorgue poder a las masas para solucionar sus problemas.

Los Estados que se autodenominaron revolucionarios solo lo hicieron para establecer un marco ideológico y mantener entretenida a la sociedad con sus aspiraciones y no con sus realizaciones; algunos pueblos en el siglo XX se percataron de la situación y derrumbaron la maquinaria política que representaban estos teatros revolucionarios (Hungría 1956).

Los revolucionarios reales hicieron de estos teatros el blanco preferido de sus críticas y reflexiones; allí donde unos pocos detentan todos los poderes y privilegios no hay Revolución, lo que si hay es un Estado degenerado incapaz de otorgarle al pueblo las reivindicaciones que merece. La abolición del Estado actual no depende solo de los esfuerzos de las autoridades; la división entre dirigentes y ejecutantes debe desaparecer y eliminar los beneficios que ella conlleva, una verdadera revolución implica la participación de las masas en la transformación del Estado.

En la URSS (1945-1991) esta situación era evidente, desde su creación hasta su total disolución el mundo evidencio dos posiciones de la Revolución: la primera, con el transcurrir de los años convirtió las ideas en ideales y les juró amor eterno; fue incapaz de elevar la calidad de vida de la población, se dedico a limitar las libertades individuales, institucionales, de prensa, a restringir el acceso a la información y la tecnología, a imponerle a la mayoría la voluntad de la minoría. Su campaña de terror y opresión en contra del que levantara la voz para pronunciar su insatisfacción con el dogma establecido distrajeron su atención, estos no se dieron cuenta de que tratar de imponer un sistema a una sociedad es como colocarle un marco a una pintura para la cual este no fue hecha y fue tanta la fuerza que le aplicaron que al final el marco se rompe. La segunda, es la Revolución real, esta jamás sometió sus ideas para rendirse ante los supuestos revolucionarios, en ella el proletariado adquirió espacios y después de largas luchas lograron reivindicaciones. La independencia de su acción frente a dogmas establecidos es su mayor logro, los sistemas añejos funcionan para justificar, pero no para transformar.

La historia es muy clara, las Revoluciones dejaron un legado al mundo que es imposible de evadir; un Estado que se proclama así mismo revolucionario lo hace para otorgar a su pueblo un contenido que carece de significado. Explicarle teorías que no comprende, emplear términos que no están a su alcance e invitarlo a seguir ideas que no ha repensado solo posee una intensión, confundirlo con las aspiraciones y distraer su atención del escenario de las realizaciones. Los pueblos ocupados con estas teorías que perturban su visión esperaran religiosamente a los mecías revolucionarios (enviados de dios para construir su paraíso en la tierra), estos cumplirán las profecías guiando al pueblo a tierra prometida, lástima que hasta los momentos esto no halla ocurrido, ni sepamos cuándo ocurrirá. Estas reflexiones solo dejan algo claro y es que siempre se debe seguir a la Revolución y no a los que se hacen llamar revolucionarios.

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